Contentidos
- 1 Mitos frecuentes con referencia a la sexualidad masculina
- 1.1 1) Los varones saben como comportarse a la hora de la sexualidad.
- 1.2 2) Los varones no sólo tienen que ser expertos sino que también siempre tienen que estar listos para el buen rendimiento coital.
- 1.3 3) Es que el varón debe entender cuando la conducta sexual de la mujer es ambigua y manipuladora
- 1.4 4) La mayoría de las mujeres tienden a suponer que los varones deben pensar y sentir como ellas esperan.
- 1.5 5) La inmensa mayoría de las mujeres suponen y esperan que si alguien las quiere de verdad debe saber adivinar qué quieren y cómo lo quieren
- 1.6 6) Los varones deben ser capaces de satisfacer todas las necesidades afectivas.
- 1.7 7) La infidelidad patrimonio masculino
- 1.8 8) En la senilidad se pierde la sexualidad
Mitos frecuentes con referencia a la sexualidad masculina
De la observación cotidiana surgen algunos mitos sobre algunas conducta masculinas según las creencias de las mujeres. Pasaremos a enumerar algunas de ellas:
1) Los varones saben como comportarse a la hora de la sexualidad.
Una tremenda fantasía que impacta tanto en la autoestima de los varones como en los anhelos femeninos. La idea es que la candidez femenina en la cama es algo “natural” y provoca en el varón gran pasión y la oportunidad de convertirse en su maestro. La situación inversa es falta de virilidad. Sólo frente a una prostituta en su iniciación puede aparecer el varón como un novato.
Los varones que no pudieron consultar a familiares cercanos o educadores al iniciar su vida sexual seguirán a los tumbos por la vida o deberán recurrir a un terapeuta. Las mujeres, sin quererlo, contribuyen a la perpetuación del mito del varón experto ya que tal situación les atrae, les seduce y las excita.
2) Los varones no sólo tienen que ser expertos sino que también siempre tienen que estar listos para el buen rendimiento coital.
Es culturalmente esperable que el varón tenga perfectas erecciones (falocracia), para funcionar como machos, para mostrar que están bien dotados, que poseen un pene grande y que están prestos a usarlos apenas sea necesario.
Las mujeres alimentan el mito ya que un pene que no se erecta a la velocidad esperada les produce gran inseguridad y un temor espantoso de estar fallando. Más que pensar en un problema de la pareja, la mayoría de las mujeres reacciona ante un pene blando como si estuviera sufriendo un rotundo rechazo.
Cuando no lo viven así, y asumen que se trata de un asunto que afecta al compañero, entonces lo enfrentan como un hecho vergonzante, que los coloca a ambos en una situación incómoda de la cual hay que ver cómo se sale lo antes posible.
De alguna manera, las mujeres han caído en una trampa que ellas mismas se encargan de fomentar. Por un lado, se quejan porque los varones centran su interés sexual sólo en los genitales y por el otro, no toleran un escenario distinto al de un pene en erección en el momento exacto en que así se requiera.
3) Es que el varón debe entender cuando la conducta sexual de la mujer es ambigua y manipuladora
Esta rebuscada forma de comunicación consiste en decir “no” cuando es “si”, o decir “si” cuando es “no”. Una fórmula bastante perversa que se ve reforzada durante la conquista, cuando varones y mujeres se relacionan de manera bastante equívoca.
Aunque ahora se observe menos que antes, muchas parejas suelen llegar a la cama sin que nadie lo proponga verbalmente en forma directa, sino a través de claves imprecisas, miradas, gestos e insinuaciones indirectas. Este adivinarse mutuamente resulta sin duda muy emocionante, atractivo y erotizante, pero se corre el riesgo de sacar conclusiones radicalmente diferentes frente a un mismo comportamiento. Una señal puede ser clave y determinante para uno, y tener un significado completamente opuesto para el otro.
En medio de la ambigüedad de los mensajes eróticos y de las distintas formas de interpretarlos, surge otro gran malentendido: los varones no les creen a las mujeres cuando ellas dicen “no”. Simplemente concluyen que están atadas a la vieja tradición que indica que las chicas buenas jamás dicen “si”. Lo cierto es que las mujeres tienen dos razones fundamentales para decir “no” en vez de reconocer sus deseos. La primera es evitar la sanción social de mujer “fácil”. La segunda es la inseguridad respecto a los sentimientos de su pareja. El “no” es una especie de examen para saber el real interés en ella, es la búsqueda de una señal amorosa si él insiste y espera.
Luego de la conquista, se transforma en una trampa mortal, ya que la incorporación de este guión por parte del varón hará que él siga insistiendo en cada “no” (sordera y obstinación masculina) y ella se sentirá atropellada y forzada a hacer lo que no quiere ya que ahora el “no” es verdadero. La caída de este pesado círculo vicioso surge generalmente a raíz de una vida sexual poco placentera para la mujer.
4) La mayoría de las mujeres tienden a suponer que los varones deben pensar y sentir como ellas esperan.
Esto genera un sin número de malos entendidos. Esta tendencia natural se ha visto reforzada por la incesante lucha por la igualdad que libra la mujer. Ésta ha batallado por su derecho al placer, pero una vez logrado este reconocimiento, quedó atrapada en la idea de que su gozo y sus deseos son similares a los del varón. Tan difícil es aceptar la diferencia que muchas mujeres se llenan de culpa de que no funcionan como su pareja esperaba.
Existen estudios que muestran cómo cuando una persona observa determinadas conductas, inmediatamente le atribuye ciertas intenciones y ciertos sentimientos, que en la inmensa mayoría de las veces son deducciones que no tienen nada que ver con la realidad y son simples proyecciones del observador.
Cuando un varón se excita tiende a proveer el tipo de estimulación física y emocional que a él le gustaría recibir. Como la mujer no manifiesta explícitamente lo que desean recibir, (espera que él lo adivine) el varón absorto en su excitación sencillamente perpetúa su conducta, y ella piensa que él no quiere satisfacer sus necesidades y va acumulando frustración y rabia.
Quizás la regla de oro en este terreno sea que lo obvio no existe.
5) La inmensa mayoría de las mujeres suponen y esperan que si alguien las quiere de verdad debe saber adivinar qué quieren y cómo lo quieren
La mujer siente que el no ser entendida es una muestra de desamor, desinterés o descuido. Esto nace del hecho de que en medio del silencio, o el hablar dando una pista rebuscada u oblicua lo único que queda es la adivinanza.
Por lo tanto, se trata de una petición imposible, ya que las mujeres no suelen estar dispuestas a pedir, a mostrar, a enseñar. Las mujeres primero tienen que descubrir sus necesidades y luego aprender a contarlas, pero no lo hacen casi siempre por temor a irritar a su compañero con su ritmo y que ellos se impacienten, o lo que es peor porque pretenden que ellos sepan descubrirlas como consecuencia del amor que les profesan.
6) Los varones deben ser capaces de satisfacer todas las necesidades afectivas.
Durante siglos esta premisa se mantuvo inalterable. Los varones siempre fueron proveedores y protectores, mientras que las mujeres se hacían cargo del hogar y de las tareas emocionales de la familia.
Las descripciones de cargos estaban absolutamente claras. La definición de roles era perfecta y detallada.
En la actualidad todo se ha vuelto más difuso. Varones y mujeres dependen menos el uno del otro para la seguridad física y la supervivencia. Ambos hoy tienen otros objetivos: felicidad, intimidad, amor, romance, pasión, compañerismo.
El varón fue perdiendo los roles exclusivos para los cuales fue formado y que permitían afirmar su autoestima. Paralelamente, las mujeres fueron adquiriendo nuevas obligaciones y, además de madres, esposas, amas de casa, también se convirtieron en protectoras y proveedoras.
Los varones tienen cada vez menos responsabilidades exclusivas y las mujeres se encuentran cada vez más sobrecargadas de responsabilidades. Las mujeres salieron al mundo, impulsadas básicamente por razones sociales, por la revolución industrial, por las nuevas realidades económicas, por la vida moderna. Ahora comparten las tareas del hogar con las ajenas al hogar.
De manera tal que el varón observa que no sólo ha perdido roles exclusivos sino que ahora debe enfrentar obligaciones insospechadas. La mujer que está en su casa se encuentra exhausta y no tiene interés en aplaudirlo por sus destrezas masculinas que lució en el mundo exterior, sino que espera que desarrolle con ella sus habilidades femeninas, que la escuche, le converse, la cuide, la comprenda, la quiera, es decir, se le pide una serie de cualidades y conductas que jamás vio en su padre y contrarias a su virilidad.
La sensación de fracaso es muy común en la pareja actual. Muchos cambian de pareja en busca de esos elogios tan ansiados. Sus amoríos son vitaminas para un ego decaído. En medio de la desorientación mutua: los varones se sienten menoscabados y las mujeres plantean demandas un tanto desorbitadas.
Estadísticamente se puede observar que los varones después de fracaso matrimonial se casan nuevamente más rápido que las mujeres que han fracasado, ya que solas se sienten menos sobrecargadas y menos insatisfechas, que en pareja. El varón, en cambio, elige una mujer cada vez mas joven persiguiendo no sólo la satisfacción de la conquista sino más bien los halagos que le permitan afirmar su identidad que está muy deteriorada.
7) La infidelidad patrimonio masculino
Hasta la mitad del siglo pasado era mucho mas frecuente la infidelidad masculina que la femenina. En la actualidad se ha equiparado notablemente.
La infidelidad en el varón se suele clasificar en infieles épicos e infieles líricos.
- Los épicos disfrutan sin mayor quiebre emocional las aventuras como simples relatos de logros, batallas ganadas, trofeos, relatos de andanzas viriles.
- Los líricos serían al revés, aquellos que están buscando siempre en cada mujer un amor profundo, idealizado y mágico, sintiendo que el amor lo redime de toda culpa.
En la oscilante ética del juego amoroso contemporáneo, estos dos arquetipos se mezclan. Pero son extremos de una normalidad estadística revuelta, donde el matrimonio tradicional sufre la presión de la fantasía erótica, los encuentros y los desencuentros, la demanda de los medios de comunicación y el círculo de amistades. La infidelidad puede amenazar al matrimonio más consolidado.
Pero, en la actualidad, es notablemente frecuente la infidelidad femenina sobre todo la insatisfacción que sufren producto de todo lo ya analizado.
Se preguntan las mujeres entre 25 y 35 años: ¿Dónde están los hombres?
Lo concreto es que hoy los varones no están en casa. Se fueron, los echaron, ellas se aburrieron de ellos, están cesantes, desocupados, han armado otra relación de parecida fragilidad o, lo más común, están solos.
No quiere tener compromisos o nuevos compromisos si ya los tuvieron. Los varones van a los que les interesa (al igual que las mujeres). No quieren presiones en general ni sexuales en particular. La vieja imagen del macho dominante que daba techo y abrigo es reemplazada por el seductor casual que no quiere comprometerse con nada y que huye despavorido ante cualquier manifestación afectiva que quiera tener visos de estabilidad.
Las mujeres ante tanta inmadurez adolescente elevan su mirada hacia varones mayores, con experiencia real, viudos o separados, cuando no casados sobrevivientes de una relación estable pero deteriorada.
El varón “desaparecido” se ha quedado solo con su sexo a solas. Para él se ha dispuesto toda la batería de revistas, artículos, videos de pornografía o sexo virtual por internet, todas formas o variantes masturbatorias donde las imágenes (“el objeto amoroso”) se comporta como sus fantasías necesitan para satisfacer sus requerimientos eróticos. No aparecen así los conflictos por interacción comunicacional con objetos reales.
Por lo tanto, las mujeres se encuentran con varones jóvenes y reacios o mayores pero traumatizados. En estos momentos el varón descubre que puede tener sexo cuando quiere sin miedo al compromiso “porque no hay nada entre nosotros” a lo sumo podemos ser “amigovios”.
8) En la senilidad se pierde la sexualidad
El siglo XX fue el siglo de las mujeres, pero también se inventó la senilidad ya que la vejez se ha tornado más tardía a expensas de la mayor expectativa de vida, por lo tanto, no solo proliferó la menopausia femenina sino también la andropausia o viropausia masculina.
Este momento, la declinación testosterónica, asusta a los varones y los hace a algunos disfrazarse de jovencitos abandonados.
Es aquí, siguiendo la tradición falocrática, esta involución normal que hace disminuir la frecuencia del rendimiento coital es tomada como cesación de la vida sexual. Se crean así conflictos de pareja cuando la menopausia trae un exacerbación del interés sexual en la mujer, y es acompañada de una aparente declinación masculina durante la viropausia. Una nueva fórmula conflictiva de comunicación a la edad madura.