¿Conocen las mujeres la sexualidad masculina?
A través de lo que se escucha en las entrevistas de psicoterapia la idea que generalmente tienen las mujeres es que los varones son absolutamente previsibles, una cofradía desprestigiada y desechable, que son torpes, primarios y burdos.
Además se suelen quejar con expresiones como: ¿Dónde están los hombres?, y otras no menos peyorativas: ¡Son todos cortados por la misma tijera!: reaccionarios, machistas, vengativos y resentidos.
Pero los varones tienen secretos históricamente guardados, producto de mitos culturales que con gran fuerza se mantienen, falacias que condicionan su conducta y que las mujeres también, mal informadas, se encargan subliminalmente de reforzar.
Así vemos que todavía, lamentablemente, siguen teniendo vigencia aseveraciones relacionadas con el pene que continuan reforzando la cultura falocrática. Se sigue creyendo que el tamaño del pene da exacta dimensión de la potencia sexual y que es proporcional al placer que tendrá la mujer durante coito.
Se piensa que los negros tienen mayor potencia, que la sexualidad masculina declina luego de los veinte años y que si el varón no puede sostener una erección en cualquier circunstancia es un impotente; que la capacidad de eyacular rápido es signo de masculinidad; que la masturbación debilita la sexualidad y provoca enfermedades y los adultos no se masturban; que tener fantasías con varones es ser homosexual; que a su vez la homosexualidad es una enfermedad mental, etcétera.
También se dice que el afecto es cosa de mujeres y que a éstas, en el fondo, les gusta que las tomen por la fuerza; que todos los conflictos con las mujeres se arreglan en la cama; que el varón es más reconocido por su pareja cuanto más capacidad de frecuencia coital tenga; que durante el coito el varón tiene que estar siempre arriba, etcétera.
La cultura machista hizo que el varón, de niño, no jugara con las niñas salvo en raras circunstancias. Se decía “eso es cosas de niñas” y bastaba para abstenerse de jugar con ellas.
Además, desde niños los varones advertían la importancia de decir palabras soeces, fantasear aventuras sexuales imposibles y no confesar la curiosidad avergonzada con que se observaba el tamaño del pene de los mayores.
Si alguien quiere describir a los hombres despectivamente, solamente debe decir que se pasan la vida probando que lo son. El varón se construye sobre la metáfora del guerrero. Existe una clara definición de los que serían pensamientos y acciones viriles, generalmente asociados a una disposición temeraria: fuerza, habilidad, competencia. También solidaridad y capacidad de cumplir lo pactado “palabra de hombre” como prueba de confianza.
La mujer, en general, sigue eligiendo como pareja al que le brinda seguridad social, las figuras de poder, de dinero y belleza antes que los más aptos y emocionalmente maduros, aunque luego se queje por las falta de estos atributos.
Del varón se espera que sea autónomo. Lo peor es depender de la mujer.
En cuanto a la sexualidad el “violar” sigue siendo una actitud de hombres y el “rechazar y huir” propio de las mujeres. Así, ambos sexos sienten la amenaza de que deben manifestarse eróticamente antes de realmente conocerse, so pena de ser calificados por el otro como inhibidos, poco liberales o infantiles.
No hay ninguna prueba de que el varón sea, por naturaleza, más valiente que la mujer. Ni viceversa. No obstante ello, necesita probarlo constantemente, para evitar que se pueda sospechar lo contrario. Lo que sí envidian los varones es el derecho al miedo y la vacilación que conservan las mujeres.
Otros mitos que se refuerzan culturalmente sobre la sexualidad masculina tienen que ver con el orgasmo femenino, que sigue siendo un trofeo de guerra del macho joven y su cosecha una prueba de potencia.
Esto se topa con la variabilidad orgásmica femenina que no obedece a estos patrones de estimulación, sino más bien de estimulación y de madurez de su respuesta sexual. Lamentablemente, muchos varones adultos no cambian su patrón y sus parejas se quejan de su falta de complementación a sus necesidades.
Otro mito frecuente es el temor a la masturbación. Los varones aprenden a masturbarse a la carrera sin sensualidad probando la potencia y midiendo la erección y la dureza del pene como hecho paradigmático, por lo tanto se es macho en la medida que su sexualidad responde con prontitud y siguiendo estas características y con la creencia además que eso es lo que espera una mujer de ellos.
Otros conflictos habituales por desconocimiento de la idiosincrasia masculina tiene que ver con el hecho de creer que el varón suele ser mas apto socialmente que la mujer. Sin embargo, ellas son más sociables y se mueven mejor con relaciones de diversa profundidad y distinta temática.
Los varones hablan sólo con un hemisferio cerebral y eso los torna directos, analíticos, pragmáticos y a veces aburridos. Sólo suelen ser bihemisféricos para el humor y esto aparece como un puente de atracción para la mujer. A estas les gusta que los varones las hagan reír sin perder su poder. El sentido del humor en el varón puede hacer desaparecer o atemperar cualquier problema de la erección o de eyaculación precoz ya que la conversación afectuosa, la buena predisposición, suena a poesía para la mujer.
La mujer ocupa para hablar los dos hemisferios. Esto las hace mas intuitivas, más emocionales, pero también más proclives a confundir el trabajo con el amor y el deber con el querer. Resultado: el varón es más locuaz en público y la mujer en privado.
En la pareja, la mujer es quien tiene más cosas que decir y que pedir, para los varones los temas de conversación giran alrededor de tres: el trabajo, los deportes y la política.
Otro conflicto notable se observa durante el período refractario tras el orgasmo masculino. Es un problema serio para los varones poco entrenados en su sexualidad. Tras eyacular tienen una relajación fantástica. Ellas se excitan más y quieren cercanía cuando el varón quiere alejarse. Quieren conversar y sienten como un abandono o una agresión la somnolencia masculina. El resultado es que los varones buscan el sexo para relajarse y las mujeres necesitan relajarse para tener sexo.
Otras dificultades observables tiene que ver con el doble estándar sexual que fue implacable hasta las últimas generaciones. Los varones tenían que ser expertos y las mujeres vírgenes. Pero en la práctica al varón le encanta que ellas tomen la iniciativa, manifiesten placer sin ninguna vergüenza. Que sean impúdicas y desenfadas en el uso de lencería erótica.
La práctica de la felacio fascina a los varones a pesar de que un tercio de las mujeres lo deteste. También les deleita la práctica del cunilinguo y esta actividad sexual les permite ser más lentos y detallistas.
Al varón le molesta la pasividad de la mujer, el desinterés, el apagar la luz, las caricias mezquinas y automatizadas. Pero es cierto también que las mujeres muy sexuales le asustan (las que quieren “boys scouts”) y las muy frías le hastían.
Los problemas masculinos no terminan aquí. En los comienzos del siglo XXI se escuchan voces que profetizan, para bien o para mal, la obsolescencia del cuerpo y, por lo tanto, de las diferencias de género. La reproducción por clones va a hacer innecesario el papel del varón.
Pensamos que sucederá lo mismo que con muchas cosas antes naturales como el erotismo y la seducción interpersonal y ahora artificializadas como el sexo virtual computarizado que se convierten en cultura.
Pero, a pesar de la anulación de las diferencias de rol, la igualdad de las identidades y la búsqueda de una pareja equitativa que se observa en la actualidad no han hecho aún desaparecer los resabios de una masculinidad arcaica.
Como observamos, no sólo las mujeres tienen sexualidad secreta que el varón desconoce y, por lo tanto, le cuesta responder a sus necesidades, sino que los varones también tienen secretos sexuales que lo agobian y de los que las mujeres participan, sin saberlo, por presión cultural.
Como vemos, la cultura sigue reforzando mitos con referencia a la sexualidad masculina.