Alteridad sexual
Los varones y las mujeres no somos iguales ni desiguales, somos simplemente “lo otro”, el alter ego, de allí el concepto de alteridad sexual.
A pesar de la virulencia e intensidad que adquirió durante el siglo XX la lucha por la igualdad de los sexos, sobre todo en occidente, aún queda mucho camino por recorrer para que efectivamente varones y mujeres tengan las mismas posibilidades en todas las áreas del quehacer humano.
Al calor de la batalla, en medio de la lucha para conquistar aquello que le estaba prohibido y que pertenecía al exclusivo dominio masculino, se fue olvidando que la pelea era por conquistar una igualdad de derechos y no por ser idénticos biopsíquicamente.
Esta distorsión entre igualdad de derechos en el área social con ser iguales o idénticos en el área biopsíquica le fueron borrando aquello que le era propio. Menospreciar esta realidad desemboca fácilmente en grandes problemas sexuales, como se observa en el quehacer psicoterapeútico cotidiano.
Durante décadas, el debate ha estado centrado en definir si las diferencias son biológicas o culturales.
Surgió así el concepto de “género” pero se confundió el “rol de género” con la “identidad de género”.
Una vez que nace una niña se confunde que se le haga usar ropa rosa, se le den muñecas, etcétera, (rol social) con el sentir íntimo de su identidad psíquica personal (convicción de ser nene o nena).
Absortas en la lucha por la igualdad, las mujeres desdeñaron las diferencias y, sin darse cuenta, han tratado de insertarse en el molde masculino creyendo que es lo correcto. Por ejemplo, se afirma que a las mujeres sienten la sexualidad como a los varones. Afirmación falsa. La mujer simplemente, tienen otra manera de concebirlo, de vivirlo y de gozarlo. Solamente cuando su actividad sexual es placentera según el patrón femenino, disfrutan de la sexualidad con la misma intensidad como los varones.
La primera diferencia entre varones y mujeres es la más obvia y, al mismo tiempo, la más ignorada: la anatómica. El aparato genital masculino y el femenino no pueden ser más distintos.
Lo físico influye en aspectos psicológicos, emocionales y culturales. Sin embargo, pareciera que pasamos por alto el efecto que las características anatómicas de cada persona tienen en su psicología.
Si el pene del varón anda bien puede respirar tranquilo, en cambio, la mujer tiene que coordinar media docena de elementos que son indispensables y cuyas posibilidades de combinación son inmensas. Esta realidad explica no sólo que los varones y mujeres sean distintos entre sí, sino también que las mujeres presenten una mayor diversidad entre ellas que los varones y por ende, muestran una mayor heterogeneidad en sus respuestas sexuales por lo que tienen mayor cantidad de prerrequisitos para hacer el amor.
La mujer tiene una necesidad ilimitada de escuchar halagos lo que revela el descomunal poder que tiene la palabra sobre ella.
Los varones, en cambio, tienen dificultad para hablar de sus sentimientos. Si bien en los últimos años muchos han descubierto el poder de la comunicación íntima, por lo general, cuando los sentimientos están por desbordarse, buscan alivio a través de la acción para descargar así sus emociones y recuperar la tranquilidad. Para el varón la clave es la acción, no la expresión.
Las palabras son indispensables para el ser femenino. A los varones, la expresividad no les brota espontáneamente y no la consideran necesaria. Para ellos lo esencial es mostrar, es manifestarse con el gesto y con la acción. Para la mujer el oír puede ser una caricia mucho más erótica que ser tocada.
A la hora de describir un buen amante, rara vez la mujer hace referencia a los atributos físicos o genitales de su compañero o al número de orgasmos que obtuvo. Recordará la atención que le dispensó, de qué hablaron mientras hacían el amor, en lo que le dijo, cómo se lo dijo, cuándo se lo dijo, casi siempre antes y luego del coito.
El “nosotros” se concreta cuando sus integrantes se conectan emocionalmente con gran intensidad en la intimidad. Al varón esta situación le suele ser sofocante, no porque no gocen con la intimidad, es que mientras la mujer quiere perpetuar ese estado, ellos quieren tomar distancia para recuperar su serenidad y su identidad. El relajarse y dormirse después del coito, el quedarse callado, el aislarse, es una necesidad de reencuentro consigo mismo.
Pareciera que en la intimidad el varón se disuelve, se pierde y necesita volver a tomar el control. La independencia de la mujer, en cambio, no se ve amenazada por la intimidad, es más, reafirma su libertad y su seguridad.
Lo cierto es que esta diferencia entre uno y otro sexo tiene una clara conexión con la fisiología de cada uno. Podría decirse el ojo erótico del varón y el oído afrodisíaco de la mujer.
Si aceptamos que la líbido está conectada al ojo masculino, podríamos entender que el varón busque cierta distancia para poder mirar.
Durante el coito, la sexualidad masculina está concentrada en los genitales, mientras que la femenina está dispersa a través de todo el cuerpo. Cuando la mujer toca los genitales de un varón, él se siente apreciado y valorado. Sus genitales son parte esencial de su naturaleza.
La mujer, en cambio, experimenta esa satisfacción cuando su compañero asume la totalidad de su cuerpo. Cuando la relación no se da como se suponía y el interés se centra sólo en el objetivo orgásmico inmediato, el resultado es la sensación de frustración y comienzan las excusas a aflorar: el cansancio, el dolor de cabeza, etcétera, porque le resulta más sencillo decir simplemente: “no quiero” que “no me gusta así”.
Más allá de los cambios culturales, el varón sigue siendo instintivamente cazador y guerrero. Orientado al rendimiento y motivado por el desafío, para él lo importante es la meta. Obtenido el botín se siente satisfecho, apreciado y admirado. Y esta esencia de su naturaleza se refleja también en la aventura sexual. Mientras él corre veloz hacia la meta, la mujer quiere gozar del paisaje, deteniéndose en el camino el mayor tiempo posible.
La penetración, la eyaculación y el orgasmo femenino se convirtieron en una prueba más de su propia masculinidad. Mientras más coitos haga y más orgasmos obtenga su pareja, más será su satisfacción y la recompensa a obtener. Si ya sabe como hacer llegar al orgasmo a su pareja, ¿para qué innovar? ¡qué mejor que repetir una fórmula de alta eficacia!
La ignorancia de las diferencias psicoemocionales de la sexualidad de cada sexo han traído innumerables malentendidos. Hemos sido socializados en lo sano y lo insano, lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo normal y lo anormal, pero no en la diversidad. Para seres distintos, lo bueno y lo malo para uno no tiene por qué serlo para el otro.
El desconocimiento de las diferencias interfiere en la capacidad de desarrollar y gozar de la sexualidad con plenitud. El miedo, la vergüenza, la rabia, son pésimos compañeros de la libido.
Comprender y aceptar las diferencias es tarea de ambos. Las preferencias afrodisíacas de cada cual son muy disímiles, todas respetables y dignas de ser tomadas en cuenta al encontrarse en la cama. La pareja requiere de un enorme aprendizaje y conocimiento del otro. La variedad puede ser extraordinariamente enriquecedora para la sexualidad.