En la época de las guerras por la Independencia se dieron algunos casos de locura.
El fraile Luis Beltrán (1784-1827), mago de la pirotecnia, concluyó sus días en estado de alienación mental después de haber servido en el ejército. En el Perú, alistado en el ejército Libertador, andaba por las calles corriendo desaforadamente. Bolívar amenazó con fusilarlo por no terminar a tiempo la fabricación de las armas encomendadas.
Luego intentó suicidarse pero fue salvado por el dueño de la casa donde se alojaba.
El coronel Juan Ramón Estomba (1790-1829) murió loco en el Hospital General de Hombres de Buenos Aires.
Se dice que hizo fusilar al mayordomo de la estancia “Las Viboras” atándolo a la boca de un cañón y a varios paisanos propinándoles feroces hachazos
Tuvo también resonancia la psicosis de reivindicación que padeció el padre Francisco de Paula Castañeda (1777-1832) que se convirtió en agresivo panfletista y fundador de periódicos con títulos explosivos como por ejemplo “Doña María Retazos”.
El pintor Carlos Morel (1813-1894), cayó en estado demencial que anuló su producción artística a partir de 1845.
Otras anécdotas atrayentes las cuenta José Ingenieros.
Expresa que, en 1890, se habían afincado en las inmediaciones del futuro puerto de Buenos Aires gran cantidad de malvivientes y truhanes. El escaso control policial y el reducido tráfico zonal permitían a dichos desocupados o “atorrantes” llevar una vida de molicie. Cuando en 1902 la policía detuvo a un núcleo de estos individuos, se comprobó que en su mayoría eran alcohólicos crónicos en estado demencial o delirante.
También convivían en ese marco porteño muchos desequilibrados, entre los que adquirieron nombradía. Así “Bayoneta Calada” era un loco que solía cantar milongas vestido de romano. Era un tipo alto, delgado e infaltable a cualquier reunión de esa época.
“El Negro Clemente” era un campanero de Santo Domingo que cuando no tenía que tocar las campanas salía a la calle reuniendo los perros a una señal que les hacía con su palo, y cuando el número pasaba de cinco o seis por el mismo medio los ahuyentaba. Fue el antecesor de Gragera.
“Don Pepe el de la Cazuela”, el prestigioso acomodador de la Cazuela del Colón, era un tipo afeminado y el que ponía orden entre sus turbulentas pupilas.
“Petronita” era un negro afeminado amigo de vestirse de mujer. A intermitencias era acomodador en los teatros, siendo su ocupación favorita la de mucamo de personas conocidas.
“Doña Dolores Guisao” era una mujer callejera, cuyo placer era insultar a los muchachos, y cuando éstos no le decían nada, ella los buscaba diciéndoles: ‘¿Muchachos, no me dicen nada?’, y los muchachos entonces le gritaban: ‘Doña Dolores Guisao, Puchero y Asao’, a lo que doña Dolores prorrumpía en insultos contra ellos hasta que huían.
Como observamos, desde tiempo inmemorial los frenópatas vivieron bajo un yugo abominable, sometidos a duchas, palos y cepos hasta que vino la reforma pineliana a la cual se plegaron Bosch, Meléndez y Cabred, alienistas de profundo sentido humano.
Podría calificarse de valiente y abnegada la actuación de los médicos alienistas de la etapa inicial de la organización hospitalaria, pues no pocos recibieron agresiones por parte de pacientes excitados. Así, el Dr. Lucio López Lecube fue degollado por un insano en el Hospicio de las Mercedes en 1927 y Ramón B. Cisternas corrió la misma suerte en 1932.
Como corolario podemos sintetizar que los pacientes mentales sufrieron diferentes alternativas con el correr del tiempo y la evolución de los conocimientos psiquiátricos.
El Dr. Loudet efectuó una interesante discriminación acerca de la atención de orates en nuestro país y ordena las siguientes etapas:
- La carcelaria: en la que los alienados se mezclaban y confundían con los malvivientes.
- La asilar: cuando vivían separados de los delincuentes, pero sin asistencia médica.
- La hospitalaria cerrada: los alienados ascendieron a la categoría de enfermos privando el concepto de peligrosidad.
- La hospitalaria abierta: la más moderna donde solo se aíslan los pacientes agudos o en situación de riesgo.
Como se ve, la nueva ley de Salud Mental no promueve nada novedoso.
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