8. Algunas interpretaciones psicopatológicas
La pregunta que nos debemos hacer es si efectivamente podemos pensar en un rol de género con absoluta prescindencia de la diferencia sexual.
Así por ejemplo la construcción del rol de género femenino que el travestista realiza, en opinión de Barreda, consiste en un complejo proceso en el plano simbólico y físico, de adquisición de rasgos interpretados como femeninos. Como en un ritual de pasaje, primero se adoptan signos exteriores como el vestido y el maquillaje, luego se transforma el cuerpo a través de la inyección de siliconas o de intervenciones quirúrgicas que modelan senos, glúteos, caderas, piernas y rostro. Se construye una nueva imagen acompañada de un nombre de mujer. Fiel a los estereotipos femeninos construidos en nuestra sociedad, la representación femenina del travestismo prostibular estudiado por Barreda tendrá como contenidos la figura de la madre – como mujer procreadora – y la de la puta – como mujer fatal, seductora y provocativa. Ahora bien, esta femineidad, este imaginario que refuerza el género femenino es suplantado sin más al momento de ejercer la prostitución, adonde el género masculino es recuperado. Recuperación que Barreda interpreta por el rol activo que desempeña el travestista en la relación sexual con el cliente.
El componente anatómico no es olvidado y la masculinidad reaparece como experiencia vivida en su intimidad y en sus prácticas sexuales que lleva nuevamente al travestista a definirse como varón. El travestismo interpreta, modela y experimenta su cuerpo como un texto que puede ser leído desde el género (femenino) o desde su sexo (macho).
En un permanente diálogo con la sociedad, la constitución de la identidad travestista implica, entonces, un aprendizaje del vestido, de los gestos, posturas, de las maneras de caminar, que son puestos a prueba y chequeados en función de las señales que la sociedad emite y que los propios actores sociales incorporarán en sus personajes.
Whoodhause (1989) analiza el travestismo partiendo del supuesto que la masculinidad es en nuestra sociedad algo que debe ser alcanzado por todos los varones, aquellos que no lo logran, como los travestistas, son situados en el espacio despreciado de lo afeminado. Esta es la razón que los travestistas son considerados en todas las ocasiones como homosexuales; partiendo del mito de que un varón afeminado no puede ser heterosexual.
Los travestistas adoptan otro nombre, otra forma de hablar, pueden comportarse muy diferentemente a su yo masculino. Un varón no puede comprometerse en conductas no masculinas si primero no disfraza su masculinidad y la cubre con una apariencia femenina.
A la pregunta ¿por qué son los varones quienes mayoritariamente crean este tipo de figura fantasiosa? Se cree que los modos patriarcales establecen que si una mujer adscribe a rasgos tradicionalmente masculinos no es necesariamente otra cosa que una mujer. Cuando los varones lo hacen, son afeminados y homosexuales. La construcción de la sexualidad no asocia las ropas masculinas al erotismo. A diferencia de la masculinidad, la construcción de la feminidad no implica una identidad de género tan inflexible como para rechazar la incorporación de conductas tradicionalmente asociadas con el sexo opuesto, precisamente porque la masculinidad es definida como superior. En estas cuestiones, dice Woodhause, reside el hecho de que el travestismo sea un fenómeno reservado para los varones.
Junto a estos autores Richard Ekins (1998) en su trabajo Sobre el varón feminizante: una aproximación de la teoría razonada sobre el hecho de vestirse de mujer y el cambio de sexo, ubica el travestismo en un proceso de deslizamiento gradual de un género a otro. Ekins crea la categoría de “varón feminizante” o varones que quieren feminizarse de diversas maneras, en diferentes contextos, en distintos momentos, etapas y con diversas consecuencias.
Distingue tres formas fundamentales de feminización: a) el cuerpo feminizante, b) la erótica feminizante y c) el género feminizante.
El travestismo será siempre, para Ekins, una feminización de género; que puede implicar o no una feminización erótica, y cuyo compromiso con el cuerpo feminizante nunca llega a la transformación anatómica de sus genitales.
El varón feminizante que define encuentros eróticos homosexuales como heterosexuales, o encuentros heterosexuales como lésbicos, por ejemplo, está a menudo dotando de género a su sexualidad, puede estar ejerciendo la erótica feminizante, como el varón feminizante que intenta masturbarse según lo que para él es una forma femenina. Y ambas feminizaciones, la de género y la erótica, a su vez, pueden o no implicar una cierta feminización corporal.
El cuerpo feminizante focaliza deseos y prácticas femeninas para feminizar su cuerpo. Ellos pueden incluir cambios deseados, efectivos o simulados, tanto de las características primarias como secundarias del sexo, que van desde el transgenerismo a la transexualidad.
Así, un nivel implicaría el cambio cromosómico (imposible), gonadal, hormonal, morfológico y neurológico; y otro nivel el cambio de vello facial, del vello corporal, del craneal, de las cuerdas vocales, de la configuración del esqueleto y de la musculatura.
La erótica feminizante hace referencia a aquel tipo de feminización que tiene como intención o como efecto despertar el deseo sexual o la excitación del otro. Cubre un amplio rango que va desde aquel varón feminizante que experimenta lo que percibe como un orgasmo múltiple femenino, a aquel otro en el que se despierta un erotismo ocasional al mirar una revista femenina en un kiosco.
El género feminizante repara en las múltiples maneras en que los varones feminizantes adoptan la conducta, las emociones y la cognición que socio-culturalmente se asocian con el hecho aparecer como mujer. El género feminizante no está necesariamente relacionado a la erótica feminizante. El arco de posibilidades es también muy amplio: están quienes adoptan la identidad de género femenina a tiempo completo, pero que no quieren operarse, no tienen vida sexual, trabajan en ocupaciones típicamente femeninas; también aquellos varones feminizantes que llevan una vida satisfactoria como varón y que periódicamente se visten de mujer pero no adoptan amaneramientos femeninos (trasvestistas ocultos); en el medio, entre ambos, están quienes sienten agrado por actuar según un rol estereotipado femenino. Las combinaciones para el género feminizante son infinitas a juicio de Ekins.
Sobre la base de estas formas, Ekins señala cinco fases del proceso ti -pico ideal de varón feminizante, orientadas hacia la consolidación definitiva de lo femenino.
La fase 1, que llama “el comenzar de la feminización”, se inicia con un episodio en el que el individuo se viste de mujer; episodio del que, según el autor mencionado, pueden tenerse diversos grados de conciencia. En términos de interrelaciones entre sexo, sexualidad y género, la principal característica en esta fase es la indiferenciación, (algo temporal) En lo que respecta a las relaciones entre constitución del yo y el mundo como algo sexuado, sexualizado y asociado a un género, tras el incidente puede volverse a la normalidad.
En la fase 2, denominada “fantasear sobre la feminización” el interés recae en la elaboración de fantasías que se relacionan con la feminización. En términos de sexo, sexualidad y género, y sus interrelaciones, se da un gran número de posibilidades:
- fantasías nada ambiguas de ser una mujer (se fantasea sobre la feminización corporal);
- fantasías sobre la feminización del género (hay más bien fantasías románticas como vestidos de ensueño, juegos de muñecas)
- fantasía masturbatoria basada en vestirse de mujer.
Puede por tanto tener una esencia corporal, genérica o erótico-sexual.
En lo que respecta a las relaciones entre constitución del yo y el mundo como algo sexuado, sexualizado y asociado a un género, lo que se encuentra, en general, es una construcción dual del mundo (entre lo normal y la feminización).
La fase 3, “realizar la feminización”, conlleva el vestirse de mujer de manera más seria y representar aspectos de las fantasías sobre la feminización corporal:
Quien feminiza su cuerpo puede depilarse periódicamente, trucarse sus genitales y elaborar una imitación de la vulva.
Quien feminiza su género puede ir formando colecciones privadas de ropa y utilizar maquillajes, joyas y demás accesorios. Todo ello puede ser usado para elaborar rutinas de masturbación (la erótica feminizante) que pueden hacerse más prolongadas.
En términos de sexo, sexualidad, género y sus interrelaciones, es como si el varón feminizante estuviera desarrollando determinados hábitos sin saber realmente lo que está haciendo.
Con referencia a las relaciones yo y mundo como algo sexuado, sexualizado y de género, es probable que esté en el período de mayor confusión y vacilación personal. Hay una marcada tendencia a buscar una explicación de lo que le pasa.
La fase 4 o “constituir la feminización” el varón feminizante puede comprender quién es y qué significan para él los objetos como algo sexuado, sexualizado y relacionado con el género de diversas maneras.
En la última de las fases, “consolidar la feminización”, se establece la constitución más firme del yo y el mundo de la feminización.
La consolidación puede estar centrada en la feminización corpórea, en la erótica o en la genérica.
En cuanto a la feminización corpórea es probable que la persona se involucre en programas apropiados para esa feminización del cuerpo.
Si está centrada en una feminización genérica, la persona desarrolla su estilo personal de forma muy similar a como lo habría hecho una muchacha genérica, sólo que más tarde y con más prisa.
En cuanto a su sexualidad, según prosigue su tratamiento hormonal, el pierde la sexualidad masculina que aún tenga y, en realidad, está desexualizando su antigua sexualidad a la vez que se construye un nuevo sexo y una nueva sexualidad.
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.