Contentidos
4. Revisión Histórica
Solo con finalidad descriptiva evolutiva se hace una revisión histórica de los conceptos más controvertidos que se han utilizado a través del tiempo en forma confusa, como por ejemplo trasvestismo, transexualismo, homosexualismo, etc.
4.1. Visión europea y norteamericana
Los primeros registros existentes acerca de estos términos se encuentran vinculados a los llamados “desvíos sexuales”, y pertenecen al campo del derecho penal y de la criminología. Los desvíos sexuales de cualquier tipo fueron considerados antisociales, antinaturales y vinculados al delito.
La homosexualidad y dentro de ella el trasvestismo se consideraban rasgos identificados con la delincuencia. En todos los casos, la criminalización de los denominados desvíos sexuales tiene sus comienzos en los últimos años del siglo XIX y principios del XX.
Así la homosexualidad era contemplada en la Inglaterra victoriana como una amenaza para las relaciones estables dentro de la familia burguesa, considerada cada vez más como sostén del statu quo social. En ese país, los actos contranatura eran objeto de punición y castigo. En la opinión pública la homosexualidad era escasamente diferenciada, legal o moralmente, de la masturbación, la cual, al inducir sensaciones sexuales a nivel físico, abría las puertas del debilitamiento y conducía al vicio y la enfermedad. Vicio o pecado eran los calificativos usados en esa Inglaterra para nombrar a la homosexualidad a mediados del siglo XIX.
La abolición de la pena de muerte por sodomía, realizada en 1861, no supuso una liberalización sino un fortalecimiento de las leyes contra la homosexualidad. Mediante una cláusula de la Criminal Law Amendement Act de 1885, todas las actividades sexuales entre hombres, equiparadas ahora a la sodomía, eran declaradas actos de “indecencia grave”, punibles con penas de hasta dos años de trabajos forzados.
En la mayoría de los países de Europa Occidental, entonces, la descriminalización de las “desviaciones sexuales” vino de la mano de los primeros sexólogos, gran parte de ellos de origen alemán. Richard von Krafft Ebing es uno de los primeros sexólogos que a fines del siglo XIX aboga por ubicar el origen de las “desviaciones sexuales” como enfermedades y llevarlas así de la prisión al consultorio médico.
Los esfuerzos por excluir las “inversiones sexuales” del ámbito criminal, condujeron a los sexólogos europeos de fines del siglo XIX y principios del XX a la elaboración de una compleja taxonomía cuya historización permite advertir las características y atribuciones que separaban el travestismo de la homosexualidad y del transexualismo, todos fenómenos englobados inicialmente bajo el título “aberraciones sexuales”. Desde el siglo XIX los sexólogos occidentales se preocuparon por establecer distinciones entre homosexualidad, travestismo y transexualismo.
Magnus Hirschfeld, quien acuñó el término travestismo a principios del siglo pasado, fue uno de los primeros en distinguir travestismo y homosexualidad. Autor de Sexual Anomalies (1905) y de Transvestites. The erotic drive to cross dress (1910) fue uno de los precursores de la “química del sexo” – la endocrinología – y su influencia en el campo de la sexología fue notable. Hirschfeld estaba convencido de la relevancia de la “ciencia glandular” en el campo de la sexología. Creía que tanto la homosexualidad como el travestismo podían ser explicados por variaciones en las hormonas sexuales. Estas variaciones determinaban el hermafroditismo, la androginia, la homosexualidad y el travestismo. Utiliza el término travestismo para describir a aquellas personas que tienen urgencia por usar ropas del sexo opuesto (1910). Hirschfeld peleó contra la idea de que todos los travestistas eran homosexuales, que por entonces era una concepción muy extendida dentro de la sexología. Separó, así, travestismo de homosexualidad, definiendo a esta última como una forma de actividad sexual invertida y al travestismo como una variante intersexual que podía darse con diferentes prácticas sexuales. Ambas eran, no obstante, “variantes naturales” de la norma: la heterosexualidad.
En EEUU Havelock Ellis (1913), autor de Studies in Psychology of Sex, también estudió el fenómeno travestista y criticó la posición de Hirschfeld, quien, en opinión de Ellis, reducía el travestismo a un problema de vestido, lo cual – afirmaba – era sólo uno de sus componentes. Ellis llamo “eonismo” y la describió como una “inversión sexo-estética” que conducía a una persona a sentirse como persona del sexo opuesto y la diferenció de la “inversión sexual” que significaba un impulso sexual, orgánico e innato, hacia el mismo sexo.
La concepción de las desvíos sexuales como instintuales, sostenida por los sexólogos europeos, atribuía a ellas un carácter congénito, más integrado al reino de la naturaleza y biología que al de la cultura y el medio ambiente.
De manera tal, luego de un largo período de criminalización y de encierro en prisiones y cárceles, los llamados desvíos sexuales fueron objeto de estudio de las ciencias médicas y sexológicas, aún cuando la racionalidad científica de estos primeros esfuerzos giró en torno a la delimitación de lo normal y lo anormal o desviado, materia de escándalo público, punición y/o terapias médicas.
Entre los años 1870 y 1920 se encuentra signado por la producción de gran cantidad de información sobre varones y mujeres que se trasvisten y/o desean adoptar el rol adscripto a aquellos del sexo opuesto. Se acuñan en esta época términos tales como “sentimientos sexuales contrarios” (Westphal, 1876), “metamorfosis sexualis paranoica” (Krafft Ebing, 1890), “travestismo” (Hirschfeld, 1910), “inversión sexo-estética” y “eonismo” (Ellis, 1913).
En esta misma etapa, se impulsan investigaciones antropológicas sobre personas que se travisten en sociedades no occidentales (Kroeber, 1940; Devereaux, 1935; Lewis, 1941).
Entre 1920 y 1950 los términos travestismo y eonismo son incorporados a la literatura y se publica material psicoanalítico. Hay un creciente desarrollo del conocimiento endocrino y de las tecnologías de cirugía plástica. Se dan en esta etapa los primeros intentos de cambio morfológico del sexo.
Entre 1950 y 1965, se utiliza por primera vez el término transexual, acuñado por Cauldwell en 1950, en su artículo Psychopathia Transexualis y divulgado por H Benjamin poco tiempo después. Christine Jorgensen (primer varón operado) publica sus primeros artículos. En esta época comienzan los trabajos sobre intersexualidad en la americana Universidad John Hopkins, con ellos se inaugura el concepto de rol de género (Money, Hampson y Hampson, 1955, Stoller, 1964).
Esta diferenciación se dio en el contexto de artículos escritos por dos endocrinólogos: el trabajo de Christian Hamburger (y colegas) después de la cirugía de Geroge/Christine Jorgensen en 1952, y los de Harry Benjamin, llamado “padre del transexualismo”. Alrededor de 1954 Benjamin establece una diferencia entre travestismo y transexualismo que parece ser de mucha actualidad: en el travestismo los órganos sexuales son fuente de placer; en el transexualismo son una fuente de disgusto.
Algunos años después, en 1966, se publica The transsexual phenomenon, adonde Benjamin consolida su postura sobre el transexualismo y establece tres tipos de transexual: a) “no quirúrgico”, b) “verdadero de intensidad moderada” y c) “verdadero de intensidad alta”. A diferencia del primero, más próximo al travestismo, los transexuales verdaderos, de las otras dos categorías, requieren la cirugía y de manera urgente. En un continuum, cuyos extremos son, según Benjamin, la “normalidad” y el transexualismo, el travestismo ocupa un lugar intermedio e indeterminado entre ambos.
Un hecho significativo del trabajo de Benjamin fue la relación que plantea entre el sexo y el género, consideradas ambas como herramientas conceptuales en el diagnóstico clínico de los transexuales. El género está localizado “arriba del cinturón” y el sexo “abajo del cinturón”.
Sobre la base de esta distinción, Benjamin señala que el travestista tiene un problema social, el transexual tiene un problema de género y el homosexual tiene un problema sexual.
En algún sentido, Benjamin preparó el terreno para la elaboración de la teoría de identidad de género de los años 60 articulando las distinciones teóricas entre lo que estaba “arriba y abajo del cinturón”. Pero él abogó por el tratamiento quirúrgico del transexual – esto es, el tratamiento abajo del cinturón – para lo que creía que era un problema de género: de “arriba del cinturón”. En otras palabras, mientras afirmaba que el transexual tenía un problema de género, el tratamiento que proponía se dirigía precisamente a lo que no era el problema transexual: el sistema endocrino y la genitalidad anormal del transexual.
El otro aspecto significativo del trabajo de Benjamin fue establecer el término transexual como el significante apropiado para aquellos sujetos que requieren el cambio morfológico de sexo.
Las distinciones hechas por Benjamin entre sexo y género fueron posibles gracias al trabajo de Money y de los Hampsons en 1950. Estos inauguraron la separación semántica entre sexo (biológico) y género (psicosocial), que Benjamin había identificado arriba y abajo del cinturón. Al mismo tiempo que Benjamin estaba trabajando con el tema del transexualismo, Robert Stoller estaba desarrollando criterios etiológicos para el diagnóstico del transexualismo, tanto como su teoría de la identidad de género. El trabajo de Stoller condujo a la conceptualización del transexualismo como un desorden de la identidad sexual: se trata de individuos que han desarrollado una identidad de género equivocada según su sexo propio. Un camino similar siguieron la homosexualidad y el travestismo, categorías que junto al transexualismo aparecieron en la primera edición del Diasgnostic and Statistical Manual for Mental Disorder en 1952 como “desviaciones sexuales”, y fueron redefinidos años después como desórdenes de la identidad de género.
Luego de 1979 se crean las clínicas de identidad sexual y cirugía de cambio morfologico de sexo.
4.2. Visión en la Argentina
La diferencia más destacada entre las elaboraciones que hacían las ciencias sexuales de Europa y también de EEUU y las que se produjeron en Argentina, fue la preeminencia que tuvo en nuestro país la posición adoptada por el individuo en la relación sexual: ya sea receptiva “pasiva” o insertiva “activa”.
El estigma y la criminalización recaían sobre quienes eran pasivos. La identidad sexual en la Argentina de principios de siglo XX fue polarizada en torno al rol pasivo/activo adoptado y no sólo por la orientación de la pareja sexual. Pederastía pasiva denotaba la inversión del rol insertivo definido como correcto para los varones. Quienes asumían dicho rol y, además, invertían también costumbres como el vestido, modales y hábitos, entonces, padecían del delirio de creerse una mujer en el cuerpo de un hombre. Estas personas, que los médicos diagnosticaron como con ilusión delirante, eran seguramente las travestistas.
Los criminólogos argentinos, según J Salessi (1995), se debatían en la contradicción inversión congénita/ inversión adquirida, mientras los médicos preferían hablar de inversiones adquiridas. Así lo ilustra la historia de Manón, estudiada por el profesor de medicina legal Francisco de Veyga a principios del siglo XX. Al ser seducido por el preceptor, Manón actualiza una “latente” desviación sexual congénita. Más numerosos fueron los casos de inversión adquirida, muchos de los cuales se refieren a personas que se trasvisten. Las historias de Aurora, Rosita de la Plata y el burgués que abandona su vida, se trasviste y se entrega al delito y la perversión, integraron el estudio realizado por de Veyga (1903) titulado “La inversión sexual adquirida”.
Otro ejemplo ilustrativo de ello es la Autobiografía escrita por Luis D., autodenominada “la bella Otero”, publicada por el mismo Francisco de Veyga en el año 1903 bajo el título “La inversión sexual adquirida – Tipo profesional: un invertido comerciante. La Autobiografía da cuenta de la cultura travestistas de principios del siglo XX, de sus prácticas sexuales, de los espacios y lugares que frecuentaban y que, además la llevaba al encierro para su regeneración.
Las fiestas de homosexuales, el carnaval y las visitas frecuentes a los prostíbulos fueron los ámbitos a los que se atribuía la adquisición de prácticas sexuales desviadas.
Para el caso de la Argentina finesecular, en su “Médicos, maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la Nación Argentina”, Salessi dice que se trataba de controlar, a través de la estigmatización y criminalización, una visible cultura de homosexuales y travestistas que aparecían en el Buenos Aires de ese período.
El nombre elegido para las prácticas homosexuales en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX fue “invertido sexual”, categoría que incluía a un vasto conjunto de individuos que tenían sexo con “los de su mismo sexo”; algunos de los cuales llevaban ropas contrarias a su sexo. Sea que lo hicieran para el robo, la estafa, el provecho propio, el gusto o por razones patológicas, todos eran sujetos de punición.
El criminólogo Eusebio Gómez lo ilustra en su “La Mala Vida en Buenos Aires” (1908), adonde sostiene que, independientemente de las posibles explicaciones que se dieran, la inversión sexual debía incluirse en el cuadro de la mala vida. Del conjunto de los personajes que componían ese cuadro, encontramos a las prostitutas, los delincuentes profesionales, los estafadores, los biabistas – que dan la biaba, golpean para robar – y a los invertidos sexuales. Mala vida era el conjunto de manifestaciones aberrantes de la conducta que daban cuenta de una inadaptación a las reglas éticas socialmente establecidas. Más aún, dentro del conjunto de los malvivientes, los invertidos sexuales fueron caracterizados por Gómez como sujetos de inmoralidad larvada, accidental o alternante y, por lo tanto, debían ser comprendidos en el estudio de la mala vida; ellos mostraban las etapas de transición entre la honestidad y el delito, la zona de interferencia entre el bien y el mal.
Mientras en Argentina fueron los mismos médicos quienes criminalizaron las desviaciones sexuales, en Inglaterra y Alemania, estos profesionales – en algunos casos homosexuales e incluso activistas políticos a favor de las minorías sexuales – trabajaron en un sentido contrario: lucharon desde temprano por la descriminalización de los desvíos. Quizás en esto resida la razón por la que en Argentina debemos esperar a los últimos años del siglo XX para desatar la fuerte unión entre criminología, medicina e inversión sexual. En efecto, fue recién en la década de los años 90 cuando se incorporan al orden constitucional cláusulas que penan toda forma de discriminación por orientación sexual y se derogan figuras punitivas tales como “llevar prendas del sexo contrario”.
El corrimiento del sexo al género fue también un desplazamiento del consultorio a la calle. La lucha organizada de los homosexuales devino en la despatologización de sus prácticas sexuales, en la desregulación médica. El travestismo deja de ser tema de interés médico e inicia su experiencia organizativa.
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.