10. Implicancias médico legales
Las parafilias no constituyen “per-se” delitos, ya que el CPA no los tipifica como delito, por lo tanto no debe considerarse a los trasvestistas como delincuentes por el solo hecho de ser tales. Muchos de ellos presentan conductas delictivas, ejercen la prostitución, o son detenidos por transgresiones a las normas jurídicas, pero no por su conducta sexual si es ejercida en privado o su comportamiento es ejercido de acuerdo a lo que se espera o se exige para un no parafilico.
No obstante ello, los trasvestistas explícitos suelen presentar conflictos en relación a su vinculación social y a su integración en la comunidad. Tales dificultades surgían sobre todo en lo relacionado con los edictos policiales.
En el año 1997 estallan en la Ciudad de Buenos Aires los debates en torno a la derogación de los Edictos Policiales.
Los edictos, comprendidos en el llamado Código de Faltas, son facultades ejercidas por la policía para reprimir actos no previstos por las leyes del Código Penal de la Nación. Cuando se otorga la autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, los edictos caducaron y la nueva Legislatura porteña elaboró una norma que los reemplazó
En marzo de 1998 se sanciona el Código Convivencia Urbana en el que desaparecen figuras tales como la prostitución, vagancia y mendicidad y las detenciones preventivas en materia contravencional.
La aprobación de este código generó serias polémicas en el interior de la sociedad, la discusión se polarizó entre quienes lo apoyaban y quienes sostenían la necesidad de continuar con las penas otorgadas por los edictos, sobre todo las referidas a la prostitución.
Es en ese contexto que integrantes de las organizaciones travestistas, reivindicaron el derecho a usar prendas del sexo contrario en lugares públicos y ejercer la prostitución callejera. Además algunos movimientos sociales, especialmente el movimiento gay, lésbico, travesti, transexual y bisexual, asociaciones de derechos humanos y otras del movimiento feminista, se manifestaran públicamente en contra de cualquier modificación al nuevo código.
Los debates sobre la derogación de los Edictos Policiales primero y sobre el Código de Convivencia Urbana luego, tuvieron al travestismo organizado como protagonista.
Con la introducción de la diferencia entre sexo y el rol de género como el significado cultural que el cuerpo sexuado asume en un momento dado, fue puesto en cuestión por el travestismo.
En efecto, éste parecía decir a la sociedad que, aún admitiendo la existencia de un sexo binario natural, el travestismo aparece como una interpretación del sexo biológico diferente a lo esperado.
En nuestra experiencia médico forense hemos observado que las actividades exploratorias centrales en el proceso de construcción de la identidad travestista deben considerarse en el ámbito familiar y en el trabajo prostibular.
La familia, la escuela y la calle – esta última como lugar de ejercicio de la prostitución – definen espacios sociales centrales para la comprensión de los procesos de construcción de la identidad travestista.
Estas identidades, progresivamente, irán incorporándose en los travestistas a través de un paciente y minucioso trabajo sobre sí mismos. Los cuerpos travestistas son producidos y trabajados para actuar en el escenario en el que se recrea, noche tras noche, el espectáculo donde el erotismo, los géneros y los sexos se viven de maneras diversas según quién sea el actor y quien el público. El mundo del travestismo prostibular, contrasta con el de otras formas de prostitución
El travestismo se vincula a violencia y crimen y serán puestos en cuestión tanto como ver en la prostitución la única alternativa abierta a sus vidas.
A diferencia de lo que ocurre con la prostitución femenina, cuyo estudio hemos analizado en profundidad en otras investigaciones realizadas, la prostitución travestista es un fenómeno que comienza a ser estudiado en América Latina en la década de los ’80 y, en la mayor parte de los casos, se integra como un capítulo en los trabajos sobre ejercicio prostibular de varones.
En casi todos los casos la prostitución encuentra sus motivos más fuertes en considerarla como un espacio en el que es posible desplegar la propia identidad sin los cuestionamientos y los rechazos que habían caracterizado la vida familiar y la escolar, como ya hemos analizado.
El pasaje de la familia a la calle se hará siguiendo una modalidad organizativa que los travestistas llaman pupilaje.
El pupilaje constituye una manera de regular las relaciones entre los travestistas en el ámbito de trabajo y es el espacio a través del cual se socializa a los más jóvenes en cuestiones relativas a la prostitución.
Intervienen en el pupilaje dos actores, “las pupilas y la madre” que las tiene a cargo. Las pupilas buscan en la madre protección callejera y buscan también modelos de identificación y pautas culturales para moverse en el escenario prostibular. Pupila y madre tienen una importante diferencia de edad y, sobre todo, de experiencia en la prostitución. Ser pupila de “una madre” travestista garantiza a la primera tranquilidad para trabajar. La marginalidad, así como las exigencias derivadas de la misma situación de trabajo, conduce muchas veces a los travestistas al consumo excesivo de drogas y alcohol que ellas explican como una manera de resistir ese tipo de trabajo con coraje y durante largas horas. Si estos jóvenes “son pupilas”, el sólo hecho de convocar el nombre de su “madre”, será razón suficiente para no ser molestada ni desprovista de los recursos por ella obtenidos a través de la prostitución callejera.
De la misma manera funciona la madre con relación a la distribución de las esquinas y calles donde circular durante la noche de trabajo. Si ella habilita un lugar (una parada) en su zona de trabajo para la pupila a cargo, entonces, nadie podrá opinar en contra; pero esta habilitación implica dinero que la pupila tendrá que pagar a su superiora.
Muchas veces, pupilas y madre comparten la vivienda; en este caso, las primeras darán parte del dinero ganado a la segunda, quien les procurará un cuarto donde descansar y el alimento necesario. Este lado del pupilaje, sin embargo, ha ido desapareciendo de la prostitución travestista de la Capital, y existe aún con frecuencia en el interior del país, adonde las condiciones de vida de sus compañeras son mucho más duras que las de la Ciudad de Buenos Aires y adonde, además, no hay organizaciones travestistas
Las madres aconsejan a sus pupilas, muchas recién llegadas del interior del país, sobre los lugares donde pueden vivir, donde pueden trabajar, cómo deben hacerlo, cómo son los clientes y cómo deben conducirse con ellos. Asimismo, las pupilas aprenden de sus madres las maneras de vestirse, de maquillarse y transformar su cuerpo.
A diferencia de las mujeres en prostitución, los travestistas invierten todos sus esfuerzos en el ritual de preparación, en proyectar en la calle los signos de una femineidad elegida pero que no puede expresarse en otros sitios que no sean los vinculados al comercio sexual; femineidad, por otro lado, cuya fachada – o dotación expresiva – será armada con los signos disponibles en ese medio geográfico y generados tanto sobre la base del estereotipo de prostituta existente, como de otros travestistas insertos ya en el trabajo prostibular.
Asi observamos que hay distintos tipos de clientes. La mayoría de los clientes son bisexuales, pero ellos dicen que son heterosexuales porque no salen con varón, “salen con mujer”, con un travestista. Su visión de la sexualidad es que son heterosexuales, no se aceptan bisexuales.
Salir con un travestista puede “confundir” al cliente en lo que respecta a su preferencia sexual pero no a él. La imagen femenina del travestista es suficiente para que el cliente ponga a buen resguardo su heterosexualidad
Al tiempo que la apariencia femenina de los travestistas permite al cliente presentarse a sí mismo como heterosexual, el comportamiento del trasvestita hace posible que el ejercicio de prácticas sexo-eróticas se lo confirmen. El travestismo aparece entonces como una alternativa única para los clientes que, teniendo una práctica habitualmente heterosexual, encuentran en él la oportunidad de atender a una supuesta parte homosexual sin riesgos de ser tachados como tales. .
Pero no sólo el travestismo prostibular es presentado como un espacio en el que los varones bisexuales encuentran un lugar donde dar rienda suelta a deseos homosexuales frecuentemente negados. También hay lugar en él para heterosexuales que buscan otro tipo de prácticas sexuales.
En todo caso, el travestismo prostibular es construido en el discurso de sus practicantes como un ámbito en el que los cuerpos, el género y el sexo pueden ser combinados según el consumidor y sus gustos sexuales; combinación que, sin embargo, no hace olvidar a los travestistas de su genitalidad masculina a la hora de atribuir una determina orientación sexual a sus clientes. Dicha genitalidad participa en los intercambios sexuales como principio ordenador y nombra bisexuales a aquellos clientes que la buscan o con la que se relacionan, dejando la etiqueta de heterosexuales para los que tratan de negarla vinculándose en cambio con otras partes del cuerpo.
Ahora bien, el travestismo no solamente hace posible el acceso a diversas prácticas sexuales que comprometen la preferencia sexual y que habilitan placeres corrientemente vedados, también la exhibición y la búsqueda de una escucha tienen su lugar.
Nuevamente, la imagen femenina ligada a la prostitución que el travestista proporciona al cliente se halla comprometida en la elección; el cliente encuentra en dicha imagen una excusa para asumir un comportamiento sexual pasivo o, lo que es lo mismo, demandar actividad al travestista. Sin embargo, participa también en esa misma elección, de manera comparativa, la imagen femenina de una mujer prostituta. La representación que de sí misma hace el travestista se halla marcada con signos de una libertad que el cliente no tomaría si el sujeto del intercambio sexual fuera una mujer; libertad que encuentra su fundamento en el “machismo” masculino.
Aún cuando el cliente “descubre” que la imagen y el cuerpo travestista no se corresponden, elige quedarse con éste precisamente por sus dobles atributos sexuales y por la posibilidad que ellos ofrecen de asumir tanto un comportamiento sexual activo como uno pasivo
La mirada de los clientes, a la luz de la interpretación que los travestistas hacen de la misma, recorre el cuerpo travestista en dos de sus partes: “pene” y “tetas”. En ese recorrido, ellos se presentan tanto como mujeres o como varones sin interesar la contiguidad que ambos géneros guarden con su sexo – o genitalidad – macho o hembra. En otras palabras, si el género objeto de la mirada clientelar es femenino, no importa su sexo – no importa su genitalidad –, el cliente escogerá como sitio corporal con el que establecer la relación sexo-erótica su propio pene y demandará pasividad al travestista. Si ahora el género atribuido al travestista es masculino, otra vez no importa que el cuerpo travestista lleve pechos femeninos, el cliente abandona su pene como órgano de la relación sexual y solicitará actividad sexual al travestista. En otros términos, el género se impone sobre el sexo del travestista olvidando las evidencias corporales: siempre que el cliente vea en el travestista una mujer, la requerirá pasiva y toda vez que vea un varón le demandará un rol activo.
Una cosa es hablar de comportamiento sexual generizado y otra muy diferente definir un género como masculino o femenino según el comportamiento sexual escogido y/o requerido y desplegado. Y esto lo saben muy bien los travestistas, quienes, en todo caso, se presentan ante los clientes con atributos corporales que permiten tanto pasividad como actividad.
Travestistas y clientes se encuentran en un territorio erótico común del que están excluidas las mujeres en prostitución, un habitus generizado reúne a ambos en el mercado de los cuerpos y los deseos.
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