4. La conducta delictiva
El asesino serial sexual que habitualmente se observa, es por lo general un varón introspectivo, tranquilo, reservado, distante de buenos modales, agradable, sin amigos, solitario en sus decisiones, hipobúlico, tímido, estudioso, suele ser fácilmente descartado como sospechoso por su historia de persona pasiva que no reacciona frente a la violencia, ordenado, meticuloso, pulcro, es común que no fume, no beba ni consuma drogas y si lo ha hecho, no es un adicto. Suele ser mojigato y condena la obscenidad la vulgaridad y las palabras soeces. Es particularmente propenso a delinquir cuando ha sufrido una perdida en su autoestima, se han burlado de él, ha sido rechazado sexualmente o han cuestionado su masculinidad.
Compensa con el acto delictivo esta situación de minusvalía recuperando su narcisismo, su egocentrismo y su vanidad hasta estar convencido de su poder al llevar acabo sus delitos y escapar de las investigaciones policiales por ser más inteligente.
Quiere ser notorio antes que ignorado, y pasar a la historia como el criminal más importante (vanidad delincuencial). Es por ello que suele hablar, leer y hacer comentarios a personas sobre las noticias que se refieren a su accionar (antes de ser capturado) manifestando opiniones punitivas muy fuertes sobre lo que se debería hacer con el asesino cuando lo detengan.
Tras una fachada distante, existe una profunda agresividad que no puede expresar. Imagina escenas que luego interpreta en sus agresiones. Su inteligencia le permite planear detalladamente el delito con mucha anticipación para luego poder evitar con éxito las investigaciones policiales.
En el momento del crimen se excita mucho, se transforma adquiere la seguridad que le falta y el impulso sexual asume el control de sus acciones.
Por lo general luego del hecho no tiene remordimientos, no tiene piedad por sus víctimas ni está preocupado por las connotaciones morales de sus actos a los que alude sin mayor resonancia afectiva.
De manera tal que, el delincuente serial, que hemos estudiado con mayor precisión que es aquel que, presenta una modalidad sexual habitual, hemos observado que es infrecuente que sea un psicótico, o un insano, ya que conoce la naturaleza y la calidad de sus actos y sabe que son malos. No solo no cometería el hecho si hubiera alguien que lo viera, sino que tampoco lo harían si pensara que corre algún riesgo o posibilidad de ser apresado.
De acuerdo con la “Regla de M’Naghten”, una persona carece de responsabilidad penal sólo cuando carece de juicio moral.
En los EE.UU. añadieron a la prueba de responsabilidad penal la del “impulso irresistible”. Esta prueba se basa en una fórmula desarrolla en 1869 en New Hamsphire en el caso Estado/Pike por Isaac Ray y el Juez Charles Doe, donde se hizo una pregunta que quedó como popular: ¿habría sucumbido la persona a ese impulso de tener un policía al lado?
La observación de criminales seriales con motivación sádica no es tan frecuente como se piensa. Tampoco es habitual encontrar insanos (alienados o enajenados de larga data) entre los seriales.
Lo que si es frecuente es hallarlos en la literatura y la bibliografía. Allí se citan ejemplos temibles de asesinos sádicos que degüellan, decapitan, estrangulan, o mutilan a sus víctimas con más o menos ciega impulsividad o con un refinamiento llevado al máximo de crueldad, como ya hemos visto.
Se trata de individuos que suman a la tendencia homicida un auténtico interés sexual sustitutivo de la finalidad sexual adecuada, ya que su sexualidad es deficitaria o permanece insatisfecha.
De ahí que los homicidas suplan esta insatisfacción inasequible, como parece ser el célebre caso del Mariscal de Francia Gilles de Rais (que ya hemos descripto) que pasó de valeroso guerrero y prodigo hacedor de conventos e iglesias a un pedófilo que degollaba luego a sus víctimas para utilizar su sangre en prácticas mágicas y luego quemar sus cadáveres.
Entre ellos, hay que citar también a aquellos que comen parte de la carne de sus víctimas o que beben su sangre, asociando a su sadismo supervivencias de una sexualidad digestiva (mezcla de los instintos de nutrición y reproducción).
Casos célebres como el de Peter Kürten (1883-1931), el asesino de Düsseldorf, que fue juzgado por nueve crímenes y que confesó muchos más, había comenzado sádicamente su carrera delictiva torturando animales en la infancia y a los nueve años realiza su primer crimen cuando impidió volver a bordo a un compañerito que se cayó de una balsa mientras se estaban bañando. Fue luego agravando sus crímenes al ver que no llegaba al orgasmo con actos de menor violencia. Murió guillotinado en Colonia, Alemania.
Peter Kürten | Cayetano Godino (El Petiso Orejudo) |
Otro ejemplo que hemos tenido en la Argentina fue Cayetano Santos Godino, más conocido por su apodo Petiso orejudo (1896-1944), fue un asesino en serie sádico que asoló su país con sólo 16 años, siendo uno de los mayores sociópatas en la historia Argentina.
A principios del siglo XX fue responsable de la muerte de cuatro niños, siete intentos de asesinato y el incendio de siete edificios. Tras ser detenido confesó cuatro homicidios y numerosas tentativas de asesinatos. En una primera instancia, Santos Godino fue declarado irresponsable y se lo recluyó en el Hospicio de las Mercedes, en el pabellón de alienados delincuentes, donde atacó a dos pacientes. Uno estaba inválido en una cama. Otro se movía en silla de ruedas.
Después intentó huir. Lo trasladaron entonces a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras. Finalmente, en 1923 se le trasladó al Penal de Ushuaia (Cárcel del Fin del Mundo).
En 1927 los médicos del penal le hicieron una cirugía estética en las orejas, porque creían que allí radicaba su maldad (teoría lombrosiana). Obviamente este tratamiento radical no sirvió de nada.
En 1936 pidió la libertad y se la negaron: de los dictámenes médicos elaborados por los médicos forenses de la época, Dres. Alejandro Negri y Amador Lucero y los doctores José A. Esteves y Domingo Cabred, se concluye que “Es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean.” De su vida de recluso se sabe poco. Apenas alguna anécdota como la siguiente: en 1933, consiguió detonar la furia de los presos porque mató al gato mascota del penal arrojándolo junto con los leños al fuego; le pegaron tanto que tardó más de veinte días en salir del hospital.
Las circunstancias de su muerte, ocurrida en Ushuaia el 15 de noviembre de 1944 siguen siendo nebulosas. Se presume que murió a causa de una hemorragia interna causada por un proceso ulceroso gastroduodenal, pero se sabe que había sido maltratado y, con frecuencia, violentado sexualmente.
Sobrellevó los largos días de la cárcel, sin amigos, sin visitas y sin cartas. Murió sin confesar remordimientos.
En general lo que se observa es que el delincuente sádico usa la violencia como medio para conseguir lo que quiere (dinero, poder, sexo, etc.).
La humillación de la víctima y el causarle dolor se constituye en el componente integral de su satisfacción sexual (verdadero sadismo) (6, 8, 15, 19, 23, 27, 33, 34, 37, 38, 39, 43, 46, 52, 59, 61, 62, 73, 77, 79, 81).